Una muy poderosa bomba ya reventó en Uruguay. Pero no se trata de una que arrasa con la vida de miles de individuos apenas estalla. No. Es una bomba que explota y mata de a poco. Lanza un gas que abomba a las personas y estas van muriendo casi sin darse cuenta, mientras los que siguen en la macabra fila observan el fenómeno como si fuera parte de la naturaleza, de un destino inmodificable o de un designio divino.
La sociedad uruguaya está tan abombada que gasta toda su energía en debates estúpidos sobre los asuntos más minúsculos y superfluos, mientras la gran bomba de la muerte lenta avanza sin parar en la destrucción de lo que va quedando en pie. La cosa va mal. Pero puede ser muchísimo peor en 10, 15 o 20 años si los que aún se preocupan por la suerte de este país (y no me refiero únicamente al gobierno o a los políticos —grandes responsables, desde ya—, sino a toda la clase dirigente y a cualquier uruguayo que no se conforme con mirar imbecilidades en Facebook o con enviar y recibir mensajes sobre las naderías mayores en Whatsapp) no advierten en algún momento la enormidad del desafío y se junten para, por lo menos, parar la funesta tendencia.
¿Cuáles son los elementos que componen esta maldita bomba? A saber: la catástrofe de la educación pública, una “máquina antidemocrática” tremendamente eficaz para producir desigualdad; la escandalosa fragmentación social (económica, sí, pero —sobre todo y principalmente— cultural) que separa todos los días un poco más a una parte de la sociedad de otra parte de la misma sociedad, a raíz de un sistema que está formando “dos razas distintas”(1); un escenario de violencia anormal, producto de las dos plagas anteriores, donde los valores de la convivencia armónica, de la fraternidad y de la tolerancia van cayendo cada vez más en desuso, y la perspectiva ineluctable para las próximas dos generaciones de que sus posibilidades de trabajo serán completamente diferentes a los empleos que conocemos hoy.
Dos profesores de la Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo (IEEM), Pablo Regent e Ignacio Munyo, publicaron en junio una investigación que eriza la piel. Estudiaron, mediante un método científico desarrollado en Estados Unidos, cuántos trabajos corren riesgo de extinguirse en los próximos 10 a 20 años en la sociedad uruguaya por la evolución de la tecnología y la robotización. Búsqueda adelantó información sobre este tema el 14 de abril (Nº 1.862).
¿Saben qué descubrieron? Que el 54% de los empleos actuales corren un alto riesgo de desaparecer. Para un 23% el riesgo es mediano y para el restante 23%, bajo. “En otras palabras”, precisó Munyo, “más de la mitad de los trabajadores en Uruguay corren un alto riesgo de perder su trabajo actual porque, nos guste o no, ya no va a ser necesaria una persona para cumplir con esa tarea”.
Regent puso el ejemplo de los restaurantes, que dan empleo a miles de mozos, cocineros, cajeros o limpiadoras. Pero hoy el 70% de esos negocios gastronómicos integran la categoría de “comida rápida”. Y “ya hay muchos restaurantes de este tipo que comienzan a trabajar con aplicaciones a través de teléfonos inteligentes que eliminan gran parte del trabajo del mozo convencional”. Por supuesto, continuarán existiendo restaurantes de alto nivel y ahí seguirá habiendo mozos porque “hacen más que servir la comida”. Pero estos negocios son y serán una minoría.
También mencionó a los call centers, hasta hace no mucho tiempo “vistos como la panacea para las clases medias en países de baja renta”. Ya existen robots que pueden hacer el trabajo del 90% de los empleados de esos centros de respuestas.
Todo esto ya llegó y solo va a avanzar. No hay reglamentación, ley ni decreto voluntarista que pueda ponerle un vallado. Todo el tiempo que los administradores pierdan en tratar de frenar este fenómeno, es tiempo que no utilizan para pensar de qué vivirán las personas cuando esta espiral siga desenvolviéndose. Los conservadores (que los hay en Uruguay en cantidades industriales tanto en la llamada “izquierda” como en la llamada “derecha”) aspiran a bloquear Uber, Airbnb, Amazon, PedidosYa, Alibaba y todos los demás inventos que ni siquiera imaginamos existirán el año que viene. No podrán. No pierdan más el tiempo.
Pero lo peor aún está por venir. Según la investigación, los que hoy tienen un nivel educativo más alto poseen empleos con menos chances de quedar obsoletos. “A medida que aumenta la formación educativa se reduce el riesgo de robotización”, explicó Munyo.
¿Cómo se distribuye el riesgo de quedarse sin trabajo? Previsiblemente, de este modo: 59% para los que completaron primaria; 49% para los que hicieron secundaria; 44% para los que tienen educación técnica; 27% para quienes terminaron la universidad, y 18% para los que consiguieron un título de posgrado.
¿Y cuáles son los trabajos más expuestos a la desaparición y cuáles los menos expuestos? El 78% de los que pertenecen al sector primario de la economía (cargar bolsas en el puerto o extraer hortalizas a mano, por ejemplo), el 75% de los de la industria, el 69% de los del comercio y el 38% del sector servicios.(2)
La consecuencia más peligrosa de la gran bomba de la muerte lenta es la fatídica combinación de estos dos simples datos: cuanto más y mejor formado esté el individuo, más posibilidades tendrá de conseguir un empleo decente; pero, en Uruguay, más del 50% de los adolescentes de 15 años carecen de las habilidades necesarias para desarrollar una tarea más compleja que simplemente cumplir una serie de instrucciones para hacer una tarea rutinaria. En palabras de Munyo, “más de la mitad de los uruguayos que están ingresando al mercado de trabajo es fácilmente robotizable”.
La investigación de Regent y Munyo incluyó una sugerente frase del filósofo y escritor estadounidense Elbert Hubbard: “Una máquina puede hacer el trabajo de 50 hombres corrientes. Pero no existe ninguna máquina que pueda hacer el trabajo de un hombre extraordinario”.
Así como vamos, no hay luz al final del túnel. Con un 60% de los adolescentes sin terminar secundaria, con la propagación de la “grieta” social que está generando un sistema educativo agotado y agostado, y con la violencia sin sentido producto de esos descomunales desastres nacionales, solo emergerán hombres y mujeres “ordinarios” y sin futuro. Para que haya hombres y mujeres “extraordinarios” es necesario desterrar el inmovilismo autocomplaciente que vivimos hoy y revolucionar todo el esquema; no con un parche aquí y otro allá, sino girando 180 grados.
De otro modo, los estragos de la bomba de la muerte lenta serán todas las semanas más dañinos que la semana anterior.
>Por Claudio Paolillo, busqueda.com.uy