Luego de una larga marcha hacia el sur en campos de lo que hoy es nuestro país, un ejército conformado por Guaraníes y Tapes cristianizados por los jesuitas, dio en las márgenes del Yí, con una toldería de Charrúas integrado por hombres, mujeres y niños. Se entabló una dura refriega tras la cual el contingente jesuita se vio obligado a retirarse. Pero al amanecer del día 6 de febrero de 1702, el ejército jesuítico realizó una sorpresiva maniobra que le permitió quitarle la caballada a los charrúas. Esta acción resultó decisiva y obligó a los despojados a huir hacia lo profundo del monte.Este lunes 6 de febrero se cumple un nuevo aniversario de un episodio histórico poco conocido por los uruguayos. Ocurrió en 1702 a las orillas del río Yí, en campos que hoy pertenecen al departamento de Durazno. La palabra guaraní “Yí” que da nombre al río que fue testigo de estos hechos, significa “recio y duro”, adjetivos apropiados para definir a la nación charrúa, grupo étnico que más resistió la presencia de los imperios europeos en estos territorios.
El historiador uruguayo Diego Bracco afirma que “los jesuitas defendieron el reino de Dios en la tierra con la cruz en una mano y una espada en la otra”. Manuel Ricardo Trelles, fundador del Archivo General de la Nación
Argentina, coincide y habla de “la barbarización mítica de los infieles” y pone en evidencia la “violencia destructiva del cristianismo profesado por los Jesuitas”.Un enviado de Buenos Aires llamado Francisco Monzón, llevó a cabo tratativas de paz y consiguió de los charrúas disposición para negociar. Como muestra de su buena voluntad, un grupo de 200 charrúas desarmados acudieron hacia el campamento contrario, donde en lugar de conferenciar, traicioneramente fueron pasados a degüello. El resto de los charrúas advirtió el engaño al oír el griterío ensordecedor de sus hermanos emboscados, a lo que intentaron ponerse a salvo, pero la mayoría cayó en manos de los soldados que los rodearon. En medio de la violencia desatada, el mediador Francisco Monzón también resultó muerto. Finalmente, las mujeres y los niños sobrevivientes, cerca de 500 personas, fueron tomados prisioneros y enviados a las reducciones jesuitas para su forzada cristianización.
El triste episodio de febrero de 1702 – muy anterior a la fundación del estado uruguayo en 1830, y a las operaciones genocidas ejecutadas por el primer gobierno encabezado por Fructuoso Rivera – confirma que la ambición de riqueza y poder encontró justificaciones religiosas para un proceso de conquista signado por el genocidio y la traición.
No olvidemos que hay mucha sangre charrúa derramada en nuestros campos, en nombre de la fe católica y la evangelización de los infieles.