UNA TAREA CONFIRMADA

Cuando pasé frente al depósito de LYDA y vi ésta pintada, experimenté  dos sensaciones opuestas. La primera, enorme  alegría de que en mi pueblo alguien demuestre  sensibilidad frente a tan grave hecho, grata sensación a la que siguió de inmediato la pena de imaginarme las críticas que tendría la forma elegida para expresarla. También imaginé la sorpresa del propietario del edificio utilizado para exteriorizar esta legítima preocupación por el paradero de un ciudadano reprimido por la policía cuando acompañaba al pueblo Mapuche en la defensa de su territorio en el sur argentino.

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Tal como me temía el Facebook reflejó opiniones muy severas: “¿Porque no se van a dormir cuando se aburren y dejan de hacer destrozos en lo ajeno? ¿Porque no se limitan a divertirse sin estropear la empresa de una persona que labura y porque no se rayan la frente ustedes mismos?”, escribió alguien. “No tiene por qué pagar la gente que se rompe el lomo laburando sea la LYDA o sea cualquiera. Todo cuesta y de seguro nadie se hará cargo de dejar la pared como estaba”, agregó otro. “Tenemos derecho a vivir en una sociedad en paz, cosa que hoy no pasa, porque las leyes son muy flexibles. Muchos derechos y pocas obligaciones”, añadió otro comentarista. “Los que pintaron ni idea tienen de quienes son los Mapuches, de eso estoy segura”, también publicó alguien.

 

Ese tipo de comentarios son preocupantes, pues atribuyen más importancia al acto de utilizar un muro para pintar una consigna que al hecho denunciado en la frase pintada. ¿Es más grave el daño a la propiedad privada que la desaparición de una persona en medio de violencia policial contra pacíficos manifestantes? ¿Por  qué se le atribuye ignorancia, aburrimiento o intenciones de divertirse a los que pintaron una pregunta que debería despertar el interés de toda la comunidad? ¿Por qué lamentar la falta de mano dura para castigar a los pintores de consignas y no para los actos de terrorismo de estado?

 

Pasadas unas horas, la pregunta “¿Dónde está Santiago Maldonado?”, desapareció  tras una capa de pintura que devolvió a la fachada de LYDA su aspecto habitual, con lo que quedó demostrado que las críticas vertidas por varias personas en las redes sociales eran exageradas, ya que el daño no fue grande ni costosa la solución.

 

Superado el episodio, lo que me queda es la confirmación de que hay una ardua tarea por hacer para ayudar a quienes consideran más importantes preservar la prolijidad de los muros de una ciudad, que manifestarse en defensa de la vida y la libertad.

 

Aníbal Terán Castromán