En su informe de 2016, el Departamento de Estado de Estados Unidos dijo que traficantes extranjeros se aprovechan de las «porosas fronteras» que tiene Uruguay con Argentina y Brasil y utilizan Montevideo como base para la logística y las operaciones de tránsito de drogas.
Hoy la principal organización criminal de la región es el brasileño Primer Comando de la Capital (PCC). Su cabecilla desde 2002 es Williams Herbas Camacho, alias Marcola, quien dirige la organización desde una cárcel.
Marcola advirtió hace diez años que su objetivo era liderar el «Narcosur» y lo está logrando: su rival, el Comando Vermelho (Comando Rojo) pierde peso en varios estados brasileños y es desplazado de las principales rutas de drogas de Paraguay, Perú y Bolivia.
Un operador judicial dijo a El País que la Policía detectó que el Primer Comando de la Capital traficó cocaína por el puerto de Montevideo rumbo a África y de ahí a Europa. «Uruguay es muy chico. Es fácil de controlar. El único mercado de consumo atractivo para el PCC es Montevideo pero está lejos de la frontera. Sí Uruguay puede ser un lugar atractivo para lavar dinero mediante la compra de campos», dijo la fuente.
Hoy el PCC tiene 20.000 miembros y su estructura es gerenciada por Marcola como si fuera una empresa. Sus integrantes deben seguir unos estatutos, cobran una mensualidad y en caso de tener deudas con el cártel, se transforman en «binladens» u «hombres bomba»: deben matar a policías o ejecutar a rivales.
El jueves 19, el Ministerio del Interior envió un alerta a cinco jefaturas de departamentos con límites con Brasil (Rocha, Cerro Largo, Rivera, Artigas y Treinta y Tres) sobre un eventual ataque del PCC en Uruguay. A pedido del Ministerio de Interior, autoridades de esas jefaturas reforzaron las medidas de control en los límites con Brasil.
En los primeros días de enero, efectivos de la Dirección de Crimen Organizado e Interpol se dirigieron hacia Chuy a investigar una serie de asesinatos ocurridos en esa ciudad. Los policías de esa localidad señalaron a sus colegas montevideanos que habrían identificado y tiroteado a un supuesto miembro del PCC. Días más tarde, los policías de Crimen Organizado recibieron un mensaje sobre que ese individuo había ingresado a Uruguay.
Motines.
La ruptura entre el poderoso PCC de San Pablo y el Comando Vermelho de Río de Janeiro, las dos mayores facciones del crimen organizado en Brasil, quedó clara a mediados de este mes con los cuerpos decapitados y desmembrados del centenar de presos asesinados en los estados de Amazonas y Roraima durante motines.
El PCC se inició en las cárceles para pelear por mejores condiciones de vida para reclusos que vivían en situaciones lamentables en prisiones superpobladas brasileñas.
Marcola dirige el PCC en forma descentralizada. En cada estado de Brasil o país —la Policía Federal cree que el grupo tiene ramificaciones o acuerdos con otros grupos mafiosos en Paraguay, Perú, Bolivia y Uruguay— funcionan células compartimentadas. Es decir, sus integrantes no se conocen. Por ejemplo, si una «mula» (correo) tiene que llevar un auto lleno de marihuana desde Capitán Bado (Paraguay) hasta la frontera con Brasil, debe dejar el auto estacionado en determinado kilómetro de una ruta. El auto queda vacío. Otro chofer se sube al coche y continúa el trayecto. «De esa forma se minimizan las traiciones. Además, los estatutos de la organización señalan que estas se pagan con la vida», dijo la fuente.
Para ejecutar a los traidores, la organización contrata a sicarios. Luego estos, a su vez, son eliminados. Los policías obtienen huellas y datos del sicario, pero el hilo se corta con su muerte. En la jerga mafiosa esa práctica se llama «quemar archivos». Los delincuentes brasileños acostumbran filmar las ejecuciones de los sicarios. Los decapitan, mutilan y desmembran a cuchillo. Luego las filmaciones las envían a sus rivales de otro grupo para intimidarlos. Aprendieron de carteles mexicanos.
Millones.
El PCC trafica cocaína colombiana o boliviana y marihuana de Paraguay.
El diario brasileño O Globo, consignó tiempo atrás, que la ganancia del PCC ronda los US$ 40 millones anuales, sin incluir los negocios particulares de sus integrantes.
Además del dinero del narcotráfico, la facción que dirige Marcola también posee compañías de ómnibus, modestos equipos de fútbol en San Pablo e incluso una refinería de petróleo clandestina, según las investigaciones policiales.
En enero de este año, el diario Extra de Brasil calificó al PCC como el mayor grupo de traficantes de drogas del país.
Citando fuentes del Ministerio Público de Brasil, el periódico señala que el cártel —denominado partido por sus miembros— plantea su crecimiento en Perú, hoy considerado como el mayor productor de cocaína de la región.
A partir de las cárceles —la primer célula fue creada en 1993 en Taubaté—, el PCC se extendió por todo Brasil.
Cometen asesinatos, incendian ómnibus y fueron responsables del secuestro del periodista Guilherme Portanova y la amenaza de muerte al gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin (PSDB).
En Bolivia, la táctica también usa la violencia extrema. El grupo contrata sicarios para intimidar y matar adversarios. Uno de los pistoleros atacados fue Mauro Vázquez, quien integraba un grupo rival. Vázquez fue emboscado y salió herido.
En Paraguay, el PCC destronó al Comando Vermelho matando a sus aliados y quedándose con la mayoría de las rutas de tráfico de cocaína de ese país hacia Brasil.
El PCC, además, domina varias comunidades y barrios pobres de la periferia de San Pablo y en los últimos años desarrolló sistemas de acción social, como garantizar seguridad en las favelas y entregar a las madres embarazas y con bebés canastas básicas de alimentos.
Ejecución.
El PCC dinamitó hace meses las reglas del narcotráfico en Brasil. Lo hizo a lo grande, asesinando con fusiles antiaéreos al narco Jorge Ra-faat, considerado el «Rey de la frontera» en el límite con Paraguay durante una espectacular emboscada que le dio las llaves de la zona sur del Brasil.
El 16 de junio de 2016, Ra-faat circulaba por las calles de Capitán Bado (Paraguay) en una camioneta Hummer blindada y llevaba una nutrida escolta. El PCC contrató a 100 sicarios e instaló una ametralladora antiaérea Browning en la carrocería de una Toyota.
En una esquina, los miembros del PCC emboscaron a Rafaat acribillando la camioneta Hummer. El cuerpo de Rafaat quedó destrozado por los balazos, según informó la Policía paraguaya.
«Narcosur»: las rutas de la droga en la región.
Como parte de las redes de narcotráfico, las organizaciones criminales no son un problema solo de Brasil. Con 17.000 kilómetros de fronteras, en algunos trechos muy porosos, el mayor país de América Latina es un punto clave en el comercio mundial de la droga. «El PCC consiguió ser el primer cártel brasileño de tráfico internacional, el Narcosur como le llamamos, que envuelve Bolivia, Paraguay y Brasil», dijo el fiscal brasileño, Marcio Sergio Christino. Desde los grandes centros productores de cocaína —Colombia, Bolivia y Perú, todos fronterizos con Brasil— el gigante su-damericano es un enorme corredor terrestre para los envíos de droga hacia Euro-pa. Algunos investigadores señalan que los grupos brasileños ya buscan acercarse a los «capos» del narco en Colombia para ofrecer una de las rutas más importantes del tráfico de drogas.
Marcola o Playboy, el líder intelectual del Primer Comando.
Marcola tiene nariz de gángster. Mirada afilada. No habla como un preso brasileño. Es un intelectual. Con esas palabras definió un periodista del diario Tiempo a William Herbas Camacho, alias Marcola o Playboy.
Dice que, desde que fue encarcelado en 1999, leyó más de 3.000 libros y recomienda dos títulos: «El arte de la guerra» (relato del filósofo chino Sun Tzu de hace más de 2.500 años) y «La Divina Comedia» de Dante Alighieri.
En 2006, con solo apretar ocho teclas de su teléfono celular, Marcola generó una ola de violencia en San Pablo. Las autoridades se reunieron con él y le pidieron que detuviera los incendios y los atentados. «Ya no puedo pararlos», respondió en forma lacónica.
Con apretar ocho números, se cometieron 281 actos terroristas, hubo 148 muertos, 80 motines carcelarios, 82 ómnibus quemados, 17 ataques a bancos, 54 comisarías asaltadas y pánico generalizado en San Pablo. A fines de 2016, se desató en las cárceles una guerra entre el Primer Comando de la Capital y el Comando Vermelho por el control del narcotráfico. La guerra ya lleva más de 100 muertos. El 1° de enero pasado, un motín dejó 56 presos muertos en Manaos (Amazonas). Cuatro días más tarde, el horror se repitió en una prisión de Roraima, donde 33 internos fueron asesinados. El tercer episodio de dicha guerra ocurrió en la cárcel de Natal (nordeste), donde 26 presos fueron asesinados, casi todos decapitados.