Hay quienes sostienen que el gobierno del Frente Amplio, pese a estar golpeado ante sectores importantes de la opinión pública por los que podrían llamarse por ahora deslices éticos, faltantes de caja o detalles, como diría el vicepresidente, y por serias ineficiencias e incoherencias en su gestión, tiene sin embargo un sólido reconocimiento de sus partidarios por haber mejorado la distribución del ingreso, aumentado las conquistas sociales y satisfecho en general los requerimientos de asistencialismo de las clases menos pudientes. Eso, supuestamente, les valdrá mantener un caudal de votos suficientemente amplio como para imponerse en las próximas elecciones. Agregan a esas razones la conducta prudente evidenciada al luchar contra el déficit, mantener la inflación en caja y poner disciplina en las cuentas fiscales.
Sin acceso a encuestas válidas sobre el tema no resulta fácil opinar acerca de lo adecuado o no de esa percepción. Pero sí es posible disecar esas afirmaciones para ver si la alegada opinión pública estaría acertada o no en premiar los denominados logros y quiénes son los que merecen aplausos por ellos, o sanción en otros casos.
Lo que el Frente Amplio hizo durante sus dos primeras gestiones fue simplemente repartir casi insensatamente los ingresos del Estado y de los particulares que provenían de una situación global única y por largo rato irrepetible. El aumento del gasto del Estado, del empleo estatal, de los salarios convencionales privados, de los impuestos y de las llamadas conquistas sociales, fue, como ha sostenido esta columna, un populismo manso, pero populismo al fin. Simplemente se tomó el maná llovido del cielo y se lo repartió, sabiendo que las leyes transformarían esa benevolencia en obligaciones futuras inamovibles, sin contrapartida en el ingreso.
Las inversiones ruinosas, a veces sospechosas, a veces más allá de toda sospecha, (desde el significado irónico de la frase) el revoleo en algunas “empresas” del Estado manejadas por grupos en montón y sin técnica alguna pueden ser percibidas como positivas solamente por quienes obtuvieron alguna tajada legal o ilegal, pequeña o grande en ese proceso, pero no por alguien que privilegie la seriedad en el manejo de la res pública.
En el tercer mandato ya no caben subjetividades. Al cesar la bonanza el único camino posible era retroceder en las conquistas alegremente concedidas. Está claro que eso era políticamente imposible, pero ello no excluye la responsabilidad de quienes no advirtieron una cuestión tan simple cuando decidieron casi puerilmente repartir la grasa y la carne de las vacas gordas. Para poner un ejemplo, la resistencia al crecimiento del empleo pese a la recuperación esbozada ahora por la economía es una consecuencia directa del populismo de intentar sostener las falsas conquistas.
No es entonces una sorpresa que la actividad en gremios como el de la construcción, notoriamente beneficiados en la puja salarial por años de una relación privilegiada con el poder, ahora sea la que más sufre la pérdida de empleos. Como no es sorprendente que las pymes no quieran llegar a tener registrados cinco empleados para evitarse la invasión gremial, y si es posible reemplacen gente con máquinas, aplicaciones por cualquier otro método, con lo que se anula una de las más importantes fuentes de empleo.
Por supuesto, que, en una visión corta, los trabajadores pueden considerar que el reparto de aumentos, ajustes por inflación insostenibles y las condiciones rígidas contractuales son un gran mérito del gobierno y en consecuencia favorecerlo con su voto. Eso ocurre en todo populismo. Lo mismo puede decirse del sistema jubilatorio, –próximo a una crisis– del de salud –una entelequia–, del permanente calvario judicial y de las extorsiones gremiales en la IMM o en ASSE. Si la sociedad o parte de ella considera tales resultados un logro, es posible que elija a los mismos prestidigitadores que la trajeron hasta aquí para que continúen con sus trucos de magia. Siempre se puede inventar alguna oligarquía o trilateral para acusarla por los fracasos.
Pero seguramente habrá sectores que advierten lo que ocurre, aun dentro del Frente Amplio, que viene haciendo enormes esfuerzos para forzar la realidad y mantener la proverbial unidad interna frente a evidencias de todo tipo que revientan como capullos de flores de mal aroma con bastante frecuencia. Tal vez esos sectores se inclinen por otras alternativas, sin que este comentario implique abrir juicio sobre ellas.
Es cierto, entre los puntos enunciados al comienzo, que el Ejecutivo ha hecho esfuerzos para contener el déficit y el gasto del Estado, sostener hasta donde pudo la promesa de no subir impuestos –que incumplió– y mantener a raya la inflación. Sin embargo, ello lo hizo manifiestamente en contra de la voluntad de un gran sector del Frente Amplio, al que, de haberse dejado actuar habría caído en cualquier despropósito. En esta categoría está la injerencia en la política exterior, tanto con los países como en las organizaciones internacionales, donde solo la prudencia del Ejecutivo evitó que el país cayese en un excesivo ridículo.
Los sectores que se mencionan al comienzo sostienen que el Frente Amplio ganaría votos por lo que se hizo muy mal. Lo que se hizo bien, estuvo a cargo del presidente y el ministro de Economía y su equipo, casi siempre con la aprobación interna a regañadientes de sus decisiones, o con franca desaprobación, en claro desacato inaceptable a los principios de conducción marxistas-socialistas que inspiran al Frente. No debe olvidarse, por ejemplo, de las desafortunadas acciones gremiales en varios casos donde estaba en juego el interés nacional, que esta columna se ocupó de destacar.
Con la irrefrenable apertura comercial que ensayarán Brasil y Argentina, con una moneda apreciada, la amenaza de la robótica que es percibida por muchas empresas como una liberación de la esclavitud gremial, con un escenario global donde competir es un arte, esta concepción socioeconómica frenteamplista es suicida. ¿Percibirán eso sus potenciales votantes, o seguirán soñando con ese momento de suerte en el casino que fue el viento de cola? ¿Creerán que solo hay que cambiar el management del populismo para que vuelva a funcionar?
El presidente Vázquez y su ministro de Economía, Danilo Astori, han sido hasta ahora figuras bastante antipáticas hacia adentro, y paradójicamente hacia afuera, por esa tarea de tener que frenar los ciegos embates ideológicos y confiscatorios de su propia tropa. Acaso el binomio Vázquez – Astori está percibiendo mejor que su alianza las consecuencias del reparto de conquistas y supuestos derechos.
Las preferencias electorales, siguiendo con estas líneas de análisis, tendrán más que ver con las propuestas de las otras fuerzas, con el tipo de estructuras electorales que conformen y con la capacidad de ellas de convencer a la sociedad de que sus planteos son mejores que los actuales, al borde de la obsolescencia. Es posible advertir que la población está preparada para escuchar ofertas de cambio. El Frente Amplio merece perder. Pero hasta ahora los demás no han demostrado que merecen ganar. Y una parte fundamental de esa conversación será convencer al electorado de que el populismo ya no es posible.