Desde que la izquierda frenteamplista llegó al gobierno dejó de ser lo que era, es decir, izquierda. Hay pobres que siguen comiendo porquerías en los cantegriles pese a los planes de emergencia; hay sospechas de corrupción de funcionarios compañeros; la mayoría de los uruguayos sigue ganando sueldos irrisorios; algunos de los principales funcionarios del gobierno abandonaron sus afanes de igualdad para enamorarse de la inclusión financiera. Se acabó lo que se daba si es que alguna vez fue dado.
Se dirá que esos son problemas que se arrastran desde casi siempre. Y es verdad. Pero el Frente Amplio prometió solucionarlos haciendo temblar las raíces de los árboles. Sin embargo, no se ve por ningún lado ninguna pelea de importancia con ningún terrateniente de fuste, y la práctica de los equilibrios macroeconómicos que hicieron furor en los 90 se convirtieron de presunta pesadilla en palabra santa. Es decir, el gobierno del Frente Amplio podrá ser bueno, regular o malo. Pero de izquierda –de los principios que históricamente levantó la izquierda- luce apenas la sombra.
Y a este cambio no hay fotito del Che Guevara ni banderas rojinegras flameando que lo puedan ocultar. Solamente la ceguera interesada, y la inocencia extrema, son capaces de mantener la falacia acerca de que esto que estamos viviendo tiene algo que ver con la revolución.
Además,la izquierda más radical – la que presume de ser «verdaderamente de izquierda»- se dedica a lanzar consignas desde estrados escondidos y, cuando se presentan en sociedad, se distinguen por romper las vidrieras de McDonald’s como si con esa pedrea le hicieran alguna cosquilla al capitalismo.
Por si fuera poco, en el Parlamento, la Unidad Popular-izquierda «radical» y extrafrentista- se niega a aportar su voto para reformar una caja militar que le provoca al Estado pérdidas de US$450 millones de dólares anuales. Ni siquiera se anima a ponerle un impuesto a las jubilaciones militares de privilegio aduciendo que sería «inconstitucional». Justo ellos que ha hecho carrera protestando contra las «instituciones burguesas» y están encantados con las inconstitucionalidades de Nicolás Maduro.
Volviendo al Frente Amplio, es claro que la coalición se ha ido convirtiendo en un partido tradicional, cuyos votantes son más leales que los más leales votantes blancos y colorados.
Más o menos desencantados, más o menos convencidos, miles y miles de uruguayos siguen abrazados a su bandera roja, azul y blanca como quien se abraza a esas cosas que nunca se alcanzan. Pero las cosas no son para siempre y, así como un día les tocó despedirse del gobierno a los blancos y a los colorados, otro día le tocará al Frente Amplio tomarse el espiante.
No será un día feliz, o no debería serlo; los sueños perdidos y las esperanzas frustradas, pertenezcan a quien pertenezcan, solo pueden alegrar a algún canalla. Pero, a veces, como sucede con los amores fracasados, es necesario despedirse para que el futuro se quede donde lo dejamos.