Cuando ingresé al edificio del Curso Cuatro para sordos, me sentí perdida. Había unas diez personas hablando entre ellas mediante lengua de señas. Miré a mi alrededor y no sabía cómo explicarles quién era y qué hacía allí.
Acudí a una muchacha que estaba limpiando el salón, me señaló a la profesora y me dijo que ella me podía ayudar. Muy simpática, la docente se acercó y me explicó que ella era la profesora a la que iba a entrevistar, que estaba esperando a la directora. Se notaba que hacía un gran esfuerzo para que yo la entendiera.
Esperé por algo más de 20 minutos mientras observaba cómo se comunicaban y reían adultos y jóvenes. Había de todas las edades, incluso adultos mayores. No paraban de mover sus manos, pero yo no entendía. Fijaba mi mirada en uno de los alumnos e intentaba leerle los labios pero no lograba descifrar ni una palabra, me concentraba en sus manos y aquello parecía una misión imposible.
Llegó la directora que sería mi intérprete durante la entrevista con Dahiana y Claudia, alumna y profesora respectivamente.
Claudia me contó que lo que yo sentí por unos minutos, ellos -los sordos-, lo viven habitualmente. Recordó que cuando tenía cuatro o años se angustiaba mucho cuando veía a sus allegados hablar y ella no escuchaba nada. En su familia era la única sorda y ninguno sabía lengua de señas. «Me sentía sola y triste», dijo.
Su madre se enteró que ella era sorda cuando tenía un año y medio. «Yo estaba de espaldas me golpeaba la mesa y no me daba vuelta, por eso me llevó al médico», relató.
La educación ha sido motivo de sacrificio continuo para Claudia. Cuando era niña fue a una escuela para oyentes, ella era la única sorda. Los niños la discriminaban y allí también se sentía «sola y angustiada». Después sus padres la cambiaron a un centro para sordos, «quería abrazar la escuela y no irme más», recordó.
Pero la angustia llegó de nuevo cuando pasó al liceo y otra vez era la única sorda. Tenía una compañera que la ayudaba en todo. Se sentaba a su lado y cuando los profesores dictaban, ella miraba su cuaderno y escribía en el suyo. Los profesores la rezongaban porque pensaba que estaba copiando, «eran unos soretes», sostuvo. Cuando llegó a quinto y tenía 19 años dejó de estudiar.
En 2017 con 41 años terminó el liceo, trabajando para pagar de su propio bolsillo el intérprete que la acompañaba a todas las clases.
Claudia también contó que hay otras dificultades a las que se enfrentan en la vida cotidiana por ser sordos. Ir al médico es una de ellas. Muchas veces tienen que ir acompañados de un familiar que hace de intérprete entre ellos y el doctor. «El médico no se dirige al sordo sino al acompañante y el sordo quiere saber qué pasa. Después el familiar le cuenta en forma resumida». También pasa que a veces quieren entrar solos pero no pueden.
La pareja de Claudia también es sordo, pero según ella «habla muy bien». Tienen un hijo oyente al que le enseñaron lengua de señas, algo que no ha podido lograr que aprenda su familia. «Les hablo despacio, ellos me leen los labios, les escribo y tengo paciencia», sostuvo. «Quisiera que ellos lo aprendieran por mí, para que no me sienta tan sola», comentó.
Dahiana es estudiante del Curso Cuatro para sordos. Allí hace el taller de comunicación que da Claudia. En 2017 también hizo el taller de cocina. «Acá es el único lugar donde puedo venir a estudiar», afirmó. Se siente cómoda, sus compañeros la ayudan cuando no entiende y, sobre todo, se acompañan.
La directora del Curso Cuatro, Rebeca Forte, explicó que el Estado actualmente brinda intérpretes que acompañan a las personas no oyentes a estudiar a los liceos, pero es difícil que se sientan parte de la institución porque no pueden comunicarse con los demás compañeros. Por eso no se pueden integrar. «Muchos terminan fracasando por esto, no por un tema intelectual», señaló.
Tiene cinco hijos, todos oyentes. Se comunican mediante lengua de señas, ella misma fue quien les enseño. Cuando tiene que ir a hablar con la maestra le lee los labios y si los tiene que acompañar al médico pide un interprete.
Dahiana también fue al principio a una escuela de oyentes pero no se adaptó, no pudo comunicarse con sus compañeros y por eso la cambiaron a la escuela para sordos que queda al lado de donde funciona el curso cuatro para sordos. Ahora tiene 30 años y está haciendo el ciclo básico allí también. Se trata de un plan para adultos que funciona en esa institución desde 2017, en un año terminan el primer ciclo. Para ella esta fue una oportunidad única.
La directora Rebeca Forte, indicó que «es todo un desafío trabajar con sordos porque ellos tienen muchas dificultades no solo de comprensión». Es difícil de imaginarse cómo es vivir en una sociedad donde todos son diferentes a uno, reflexionó.
A su vez, explicó que cognitivamente un bebé escucha desde que está en la panza lo que le hablan, entonces su desarrollo es mucho más rápido que el de un pequeño no oyente. «Un niño sordo, sin ninguna dificultad de aprendizaje, a los 10 años aprende lo que un niño oyente ya sabe desde los seis.
«Ellos, muchas veces, vienen angustiados porque se tomaron el ómnibus y se tuvieron que bajar. El guarda no les entendió que tipo de boleto querían, se piensan que están de vivos y los hacen descender», afirmó Forte.
La directora contó que en la institución -donde funciona una escuela para adultos, además de ciclo básico y talleres de cocina, carpintería, peluquería y cocina- se trabaja mucho desde lo social. La contención y la paciencia son fundamentales. «Te repiten igual 48 veces las mismas cosas hasta que se aseguren que vos lo entendiste», ejemplificó.
«Lo que tiene el centro es que nuclea a los sordos porque no hay otro lugar público que lo haga. Este es el único centro educativo que los nuclea gratis. Ellos le llaman la UTU, porque muchos salen de la escuela y entran acá directamente», afirmó.
La implementación del ciclo básico fue «la oportunidad» para ellos, expresó Forte y, agregó que actualmente 20 sordos son los que están cursando bajo esta modalidad. «Muchos habían hecho intentos en otros lugares y fracasaron por lo que explicaba anteriormente, al no poder comunicarse es difícil que se sientan parte de una institución», explicó.