El Uruguay de los últimos 15 años no obedece a la ninguna realidad; es más bien una seguidilla de disparates difíciles de concebir incluso para la más imaginativa de las mentes. El gobierno está compuesto por las figuras más coloridas de nuestra historia: un ministro del Interior totalmente desconectado del mundo real; un vicepresidente que coquetea con el delirio, un presidente ególatra con fuertes tendencias prohibicionistas y un autoritarismo extraído del Medioevo… en fin, cualquier lector puede imaginar el panorama oriental.
Y todo esto sin siquiera abordar temáticas pasmosas como la complicidad con Venezuela (recientemente adornada con el sarcasmo del canciller Rodolfo Nin Novoa) ni las mil y un andanzas del expresidente y actual senador José Mujica -ambas tareas requerirían extensísimo análisis que escapa al que hoy nos convoca.
Jorge Vázquez, hermano del presidente Tabaré Vázquez y viceministro del Interior, es un personaje cuya historia pasa muchas veces desapercibida, ya que de alguna manera es opacada por aquella de los mismísimos Eduardo Bonomi, José Mujica, el fallecido ministro de Defensa Eleuterio Fernández Huidobro o Lucía Topolansky.
Lo cierto es que, una vez que la Federación Anarquista Uruguaya (que de anarquista no tenía nada) pasa a la clandestinidad, su brazo armado, OPR-33 (Operación Popular Revolucionaria, 33 Orientales) cobra fuerzas. Y allí, en medio de robos, secuestros y ocupaciones, se encontraba nuestro actual viceministro del Interior.
A principios de este mes, un policía fue asesinado en una pizzería del barrio de Pocitos, en Montevideo. Un detalle que debió ser menor, o apenas un comentario, fue el que desató la indignación de miles de uruguayos: el policía en cuestión estaba realizando servicios de seguridad no aprobados actualmente por el ministerio del Interior.
El viceministro se apresuró (en lo que fue obviamente un mensaje para todo el cuerpo policial) a declarar que la víctima “estaría desempeñando una tarea de seguridad que no estaría autorizada”. Así no más: con frialdad, sin compasión ni empatía alguna, sin respeto a la familia del difunto, sin respeto siquiera a los compañeros del caído –que son sus propios subordinados.
El asombro y la incredulidad se apoderaron de los uruguayos, la falta de tacto de Vázquez dejó a la población llena de ira y descontento.
Sin embargo, Jorge Vázquez no hace más que seguir la receta de Eduardo Bonomi: en Uruguay, la culpa es inequívocamente de la víctima. Si le roban en la calle, es su culpa por ostentar celulares modernos, joyas o vestimenta de marca; si entran a su casa, seguramente el descuidado fue usted por dejar una ventana abierta, y si lo asesinan en una pizzería, pues bien, pregúntese si de verdad su presencia es absolutamente necesaria.
No pretendo que de repente el gobierno admita que no sabe qué hacer con la creciente ola de inseguridad, me consta que reconocer sus faltas e incapacidad no son lo suyo. Pero sí me gustaría –lo merecemos todos los uruguayos– que las autoridades condenen abiertamente a los victimarios. La única persona que no debía haber estado en el lugar es el asesino.
Esto no es todo, ya que l propietario de la pizzería será denunciado penalmente por haber contratado a un policía para realizar actividades por fuera del ministerio.
Pareciera que el gobiero se empeña en no buscar a los malhechores y castiga a quienes son víctimas de la inseguridad reinante y que, en consecuencia, se defienden como pueden.
Jorge Vázquez, en un intento de hacer declaraciones incluso más desagradables que las anteriores, afirmó que el verdadero culpable es el consumismo. Opinó que:
“todo el mundo ve que se es proclive a gastar demasiado; los niveles de endeudamiento superan lo que presupuestalmente se puede manejar. El querer acceder a determinadas tecnologías o recursos es lo que va llevando a que los sueldos no alcancen y se busquen estas estrategias, que son inadecuadas”.
La izquierda muestra ser fiel a su panfleto hasta en las situaciones más dramáticas, y ni en éstas se hace de un poco de humanidad.
Antes de llegar al poder, la izquierda argumentaba que la inseguridad era producto de una pésima distribución de la riqueza. Hace 15 años están en el poder y el discurso, muy convenientemente, cambió: ahora es el consumismo. Sueldos humillantes y la posibilidad real de no volver a casa nada tienen que ver con los hechos.
Sólo nos queda desear que no aparezcan con “soluciones mágicas” seis meses antes de las próximas elecciones. Sólo nos queda desear que los uruguayos, esta vez, no crean la mentira.