No se dejen engañar por su aspecto, no son monjas. A sí mismas se denominan las ‘Hermanas del valle’ o ‘hermanas de la mala hierba’ y sí, cultivan marihuana en California, donde su consumo se legalizó el pasado 8 de noviembre, en las mismas elecciones que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos. También la consumen, y la venden, algo que las está haciendo de oro.
La hermana Kate, fundadora de esta peculiar orden, asegura que su santísima Trinidad es la planta de la marihuana, lo que no dice es que la hace tocar el cielo en un viaje de lo más espiritual. «No somos una religión», añade, aunque si lucen hábitos de monja.
Lo que hacen las hermanas es cultivar la ‘bendita hierba’ de manera totalmente natural en un ambiente espiritual que consideran sagrado. Luego la procesan para elaborar un aceite medicinal que exportan.»Enviamos nuestros productos alrededor del mundo. El año pasado hicimos unos 700.000 mil euros», explican. Por su puesto, ellas son las primeras en probar las bondades de su divina actividad.
Una gran jugada
En marzo del año pasado las monjas empezaron con su actividad -cultivar cannabis orgánico y elaborar productos medicinales- en el valle central de California a la espera de que el electorado diera -como así sucedió- en noviembre su veredicto sobre la legalización del consumo recreativo de la marihuana.
Kate y Darcy tienen un instinto demoníaco para los negocios aunque vayan vestidas de monjas y son parte de una tendencia al alza en el «Estado Dorado», al fin y al cabo, como siempre se ha dicho el hábito no hace al monje.
En el futuro «averiguaremos que hemos sido diseñados para consumir esta medicina (cannabis, cáñamo) y que funcionamos mejor como sociedad cuando adoptamos una medicina y una dieta basada en las plantas», aseguró en una entrevista con Efe el verano pasado la hermana Kate.
Su misión
La misión de las hermanas es, según ellas dicen, quitarle el poder a las farmacéuticas y a los entramados corporativos, ponerlo de nuevo en manos de la clase trabajadora y estimular la economía local.
Para lograrlo, han trazado alianzas estratégicas con socios de la zona que comparten su visión. Entre ellos se encuentra una familia hispana del valle que creará el segundo centro de elaboración de cannabis medicinal asociado a la «orden» de las hermanas.
Para prevenir robos y por cuestiones de privacidad, el paraíso cannábico que Kate y Darcy han creado se encuentra en una ubicación secreta del valle central. En la granja, que cuenta con una casa, viven las hermanas apegadas a principios de vida austeros y desplegando a los cuatro vientos su amor por la madre naturaleza.
En la parte trasera se alza una capilla de madera donde se realizan rituales para bendecir las propiedades medicinales de las plantas. Y a pocos metros se encuentra el cultivo con doce plantas de marihuana, el máximo número permitido por la ley.
Aunque todas las plantas se cultivan siguiendo el ciclo lunar, seis se encuentran bajo la custodia de un mexicano al que las hermanas llaman «José» y que heredó sus conocimientos cannábicos de su padre y abuelo. La técnica que emplea es, según Kate, característica de «la vieja escuela mexicana».
Las otras seis plantas están bajo la atenta mirada de la hermana Darcy. A sus 25 años, esta experta en horticultura con experiencia en granjas de Nueva Zelanda aporta una visión «fresca» y «hippie» al proceso de cultivo. «Tomamos los mejores pedazos de la naturaleza, los juntamos en capas y creamos una abono estupendo para el cannabis», explicó Darcy.
Un ritual que «honra a las plantas»
Antes de que se apaguen las cámaras y de quitarse el hábito, las hermanas realizan un ritual que «honra a las plantas» y que consiste en unos cánticos cuya letra encontraron en Google.
Y es que, como si de una producción de Hollywood se tratara, todo en esta granja es una puesta en escena perfectamente coreografiada y orquestada con la ayuda del hermano John Patrick Patti, que ha hecho sus pinitos en la meca del cine. Es entonces el momento del acto final, cuando las hermanas desvelan su mayor secreto.
«No estamos aquí para emular nada de la Iglesia católica. Adoptamos un uniforme con el que la gente se identifica y que tiene un significado. Significa orden, disciplina y limpieza», aseguró Kate. «Y sentimos que tenemos el derecho a usar este uniforme ya que la Iglesia católica lo ha abandonado», concluyó.