Ante la controversia desatada en los últimos días en torno a las llamadas “jineteadas”, parece oportuno hacer un aporte desde el Partido Humanista, el que planteamos a continuación:
Mientras el resto de las especies obran por instinto, el humano es capaz de razonar en profundidad, lo que le permite crear, planificar y ejecutar proyectos, diseñar soluciones, resolver imprevistos, acumular conocimientos. También es capaz de emocionarse y tener sentimientos en una amplia gama de expresiones, lo que le permite sentir compasión, empatía, misericordia tanto como indignación, cólera e ira. Esa maravillosa combinación de racionalidad y emotividad hacen del ser humano muy diferente del resto de los habitantes de este planeta, el único que puede cambiar voluntariamente su comportamiento porque no está determinado a actuar según marca una programación genética. Es peculiar también debido a su poder de preservación o destrucción de su hábitat, así como incluso es capaz de llegar a su propia autodestrucción.
Desde siempre se ha utilizado a los animales para facilitar el trabajo, transporte, la alimentación y satisfacer las necesidades humanas básicas. Así vemos animales domesticados, entre ellos el caballo, que en Uruguay es indispensable para las tareas rurales. Cabe mencionar que los pueblos originarios de nuestro territorio eran muy hábiles jinetes. Los Charrúas eran expertos en amansar baguales sin recurrir a la violencia. Hay numerosos relatos de viajeros sorprendidos por esta habilidad que describen en detalle. El caballo pasó a ser un verdadero compañero del charrúa, tanto que se transformó en una figura mística llevando a su dueño más allá de la muerte, según sus creencias. A esa mística se atribuye la respuesta a la pregunta de por qué José Artigas, tan influido por la cultura charrúa, pidió en su lecho de muerte que le trajeran su caballo como última voluntad. Creían además los charrúas que si a un hombre se le aparecía en sueños “el hermano caballo”, esto era un aviso de que debía ponerse en movimiento. Lo mismo si se le acercaba inesperadamente un caballo mientras caminaba por el campo o el monte.
El trato considerado que le daba el charrúa a los equinos, se combinó con el modo riguroso de dominarlo que trajo el conquistador europeo, por eso en nuestro suelo se dio una relación muy particular entre el humano y el caballo, en la que alternan exigencias y cuidados, afecto y abuso, en una extraña mezcla de compañerismo y sometimiento. De esa mezcla surge el espectáculo hoy conocido como “jineteadas”.
Los humanistas saludamos la discusión que ha surgido respecto a este tipo de espectáculos porque en el centro de la controversia está el rechazo a una forma de maltrato que nos parece injustificable. Consideramos sano que la sociedad se cuestione a sí misma y se pregunte si está bien seguir haciendo lo que marca la tradición, si lo justifican razones comerciales, las fuentes de trabajo que genera, el hecho de que hay público que lo aprueba y disfruta. Entendemos que los defensores de las jineteadas se pregunten a su vez por qué se pone la mira en su actividad y no en otras en las que se utilizan animales, y no se cuestione con el mismo fervor algunos deportes en los que se pone en riesgo la vida humana de diversas formas. Es aceptable el argumento que propone revisar integralmente la relación hombre/animal y no solo centrar la discusión en el caso particular de las jineteadas, pero es evidente que ha sido este caso el que disparó la discusión pública y por eso lo abordamos específicamente.
Nuestra postura es la de no aprobar ninguna forma de crueldad, que cuando sea necesario utilizar la fuerza, agilidad y resistencia de los animales para que colaboren con tareas útiles en la vida cotidiana, se les trate con consideración, no sometiéndolos a sufrimiento para que brinden un espectáculo. Ello no significa otorgar a los animales un estatus similar al de los humanos. Significa humanizar nuestra relación con los animales.
Entre los humanistas hay quienes incluyen en su dieta carne y demás productos de origen animal, hay vegetarianos y veganos. Hay quienes disfrutan de poseer mascotas y otros que entienden que a los animales no se les debe apartar de su ambiente natural en ningún caso. Hay un amplio abanico de opiniones, pero en lo que todos coincidimos es en que no se debe provocar el sufrimiento de ningún animal para brindar un espectáculo.
¿Qué pasaría si en lugar de la jineteada que hoy se brinda como espectáculo, la gente se reuniera para ver la destreza de una “doma racional” al estilo charrúa? Quienes piensen que eso sería demasiado aburrido, harían bien en preguntarse hasta qué punto están influidos por la industria del entretenimiento que ofrece golpes, agresiones, crueldad, heridas y hasta la muerte como espectáculo.
Felizmente la práctica de domesticación sin violencia está haciendo cada vez más difundida. Tal vez sea solo cuestión de tiempo para que sustituya a la forma actual de domar potros. Los procesos históricos nos muestran que prácticas socialmente aceptadas como la esclavitud, por ejemplo, tardaron muchos años en extinguirse. Hubo un tiempo en que parecía que nadie objetaba la venta de personas que eran adquiridas para servidumbre de sus dueños. Hoy nadie defiende tal cosa. Puede que con el tiempo la sociedad evolucione lo suficiente como para rechazar la violencia a que son sometidos ciertos animales y que hoy es defendida como parte de la tradición o como un deporte más.
En todo caso los humanistas consideramos que es saludable la discusión que se ha desatado en torno al tema, pues es una señal positiva de que nuestra sociedad es capaz de cuestionarse y empezar a revisar lo que se hace sin temor a romper con viejas costumbres o perjudicar intereses particulares.
Aníbal Terán Castromán
Vocería Partido Humanista, Integrante de Unidad Popular.
092 916 334, [email protected]
(Adjunto fotos publicadas por Miguel Wheeler, instructor de doma estilo indígena)