El mercado de la publicación científica y académica está valorado en más de un billón y medio de dólares. El sistema actual, heredero del modelo implantado progresivamente tras la Segunda Guerra Mundial, tiene serios problemas para adaptarse al nuevo mundo editorial. Algo que, como hemos explicado en numerosas ocasiones, está consiguiendo dañar la misma práctica científica. Afortunadamente, las tendencias parecen claras: algo está empezando a cambiar.
Sci-Hub, el «Pirate Bay» de los papers científicos creado en 2011 por Alexandra Elbakyan, una universitaria kazaja de 22 años. Polémico, popular y (como estamos comprobando ahora) disruptivo este repositorio se ha convertido en una herramienta indispensable de todo aquel que quiere trabajar con estudios científicos.
Sobre todo, porque su funcionamiento es muy sencillo: si uno accede a un paper al que tiene acceso con Sci-Hub, la plataforma se queda con una copia y la guarda en sus servidores. Luego la comparte con quien quiera buscarla.
En esencia, se trata de un entorno automatizado donde los académicos de todo el mundo pueden compartir los papers que les parecen interesantes para su trabajo. Y, algo tan sencillo, ha sido todo un terremoto para el mundo editorial académico. Elsevier, la mayor editorial académica del mundo, demandó a Sci-HUb por 15 millones de dólares ante su «conducta verdaderamente flagrante» y sus «escalofriantes» infracciones de propiedad intelectual.
Una demanda que ganaron, pero que era un brindis al sol desde el primer momento (por las dificultades de la justicia norteamericana para hacer efectiva cualquier pena en Kazajistán). No obstante, lo interesante es que recordaba a la reacción de la industria discográfica cuando se popularizaron los servicios p2p.
¿Cómo de grande es el terremoto?
El año pasado, Science realizó una investigación sobre quién usaba este servicio y descubrió que, según sus propias palabras, lo usaba «todo el mundo».
Como podemos ver en la gráfica, en febrero del año pasado hubo unos seis millones de descargas en Sci-Hub. Como los datos son limitados no podemos ver el crecimiento del servicio, ni descontar la estacionalidad, pero nos da una idea del tamaño del fenómeno.
Aunque si queremos hacernos una idea más completa tenemos el trabajo de Daniel Himmelstein, un experto en bioestadística de la Universidad de Pennsylvania, que ha estimado el tamaño del repositorio de Sci-Hub.
Según sus datos, Sci-hub es mucho más grande de lo que era esperable: contiene el 69% de todos los artículos académicos publicados en internet, da acceso al 85% de todos los papers publicados en revistas bajo suscripción y, ojo al dato, hasta el 97% de todo el catálogo de Elsevier, la mayor editorial académica del mundo.
El mes pasado, en una entrevista en Science, Himmelstein llego a decir que, bajo su punto de vista, esto marca «el principio del fin» de la investigación bajo subscripción. Una impresión que comparten muchos analistas del mundo académico y muchos directivos de la industria. Y es que, como muestran los datos de Science, no está claro que lo que motiva, hoy por hoy, el uso de Sci-Hub sea la necesidad, sino la conveniencia.
Cuando Elbakyan arrancó con la idea en 2011, sí que trataba de buscar soluciones creativas a un problema serio: sin acceso a los artículos científicos (algo que su universidad kazaja no podía permitirse), no podía investigar. La ciencia tiene un elemento clave de comunicación.
Pero ahora, los lugares del mundo que más descargan están en torno a lugares con Universidades potentes que, de hecho, están pagando las suscripciones. Pero Sci-hub es más sencillo, más completo y más rápido. Una combinación mortal.
Sin ir más lejos, el 1 de agosto Elsevier compró Bepress. Como explicaba Roger C. Schonfeld en Scholary Kitchen, se trata de «un movimiento completamente consistente con su estrategia de pivotar más allá de la subscripción de contenidos hacia preprints, analíticas, workflow y toma de decisiones».
Ernesto Priego va más allá y dice que «este desarrollo no es más que otra clara indicación de que la compañía […] tiene la determinación de controlar toda la infraestructura mundial de comunicación científica como le sea posible».
No le falta razón: el porfolio de Elsevier es impresionante. Scopus es «la mayor base de datos bibliográfica de resúmenes y citas del mundo académico»; Mendeley sigue siendo el gestor de contenido más usado del mundo (pese a la polémica que se desató); ScienceDirect es un paquete de suscripciones científicas muy popular; y, ahora con Bepress, entra por todo lo alto en la gestión de repositorios abiertos de estudios científicos.
Priego señala, creo que con acierto, que el giro de Elsevier (una empresa cuyos beneficios, recordemos, dependen en un 68% en el modelos de subscripciones) señala que ven que adaptarse a «la combinación de repositorios institucionales y los mandatos nacionales (e internacionales) a favor del acceso abierto» son la única forma de superar ese «comienzo del fin» del que hablaba Himmelstein.
¿Estamos realmente ante «el principio del fin»?
Es decir, ¿ha llegado ya la transformación digital al mundo académico? Esa es la pregunta que se hace muchos expertos en todo el mundo. Como decíamos, hablamos de un mercado estimado en más de un billón y medio de dólares en plena descomposición de sus estructuras tradicionales.
Y, sin embargo, (como pasa con toda industria en transformación) no hay grandes certezas en este campo. El acceso abierto y los preprints fueron el primer intento de romper el cerco de las subscripciones que Sci-Hub ha acabado por hacer saltar por los aires.
Kalev Leetaru decía en Forbes que «se alegraba de la muerte del actual sistema de publicación científica». Esta alegría es algo muy extendido en el mundo académico, los gigantes editoriales se han ganado a pulso su animadversión. Pero nada asegura que el nuevo sistema de comunicación científica vaya a ser mejor. Ni si quiera que vaya a resolver los problemas que el sistema actual no es capaz de resolver.
Los movimientos estratégicos de Elsevier, si tienen éxito, apuntan a eso: a cambiar el sistema para que, al final, nada cambie. La oportunidad de volver a sistemas realmente distribuidos está al alcance de la mano, pero no hay nada que nos haga pensar que esa vaya a ser la opción que finalmente gane la batalla.