Debemos encarar la muerte con serenidad, con grandeza, inclusive en lo que ella tiene de aflictivo y de tremendo
El día de los fieles difuntos representa para nosotros mucho e, incluso, muchísimo. Porque es por excelencia el día en el cual rezamos por todos los fieles y todas las almas que por ventura están en el Purgatorio.
Pero es también el día en que la Iglesia –con aquel tacto que les propio y que tiene cualquier cosa de absolutamente inconfundible‒ nos recuerda la realidad de la muerte.
Ella parece abrir un precipicio bajo nuestros pies y nos hace ver una multitud de almas que se encuentran en estado de pena, de sufrimiento. Y, por otro lado, la miseria de la muerte, la destrucción de la muerte, la aniquilación de la muerte, la miseria del alma cuando ella no va directamente al Cielo.
“Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás“
De vez en cuando debemos meditar sobre la muerte, para que comprendamos lo que hay de profundamente real en aquella advertencia que el sacerdote hace a los fieles el Miércoles de Ceniza: “recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás“. No somos otra cosa que polvo y volveremos a ser polvo.
Eso nos hace dar una dimensión exacta a todas las cosas de esta vida. Todos nosotros, en este momento, podemos estar movidos por deseos muy diversos. ¿Pero qué son esos los verdaderos deseos, cuando uno calcula lo que uno es? ¡Es una cosa tremenda!
La muerte puede sobrevenirnos en cualquier momento
Si soy algo tan inconsistente; si un coágulo que parte de mi talón puede acabar con todos mis deseos, todas mis aspiraciones, todos los movimientos que tengo en relación a las cosas de esta vida; si soy tan, tan débil que, en último análisis, sé que moriré; cuando paso por un cementerio, veo que allí mi destino está fijado: es volverme polvo.
La meditación sobre la muerte es benéfica para crear desapegos, humillar orgullos y hacer comprender que podemos ir de un momento a otro ante el juicio de Dios.
Pregunto: ¿no es buena esta meditación para refrigerar muchos ardores, para crear muchos desapegos, para humillar mucho orgullo y hacer comprender que nosotros podemos comparecer de un momento a otro ante el juicio de Dios vivo? ¡De un momento a otro! Porque, ¿quién de nosotros sabe llegará a casa hoy? ¿Quién de nosotros sabe si dentro de una hora no estará siendo juzgado por Dios? ¿Y que no estará siendo quemado por las llamas del Purgatorio?
Ahora, sin esas incertidumbres la vida no tiene ninguna grandeza. Nada es bello, nada en la vida es atractivo, a no ser con un paño mortuorio como fondo. Porque es sólo por el contraste que el hombre conoce el valor de las cosas en esta vida. Y es sólo por el contraste con esta miseria fundamental, que uno comprende como todo cuanto queremos aquí, en esta vida, es poco, y que la grandeza de otro destino nos espera.
La “civilización” moderna tiene pavor al luto porque en el fondo, tiene miedo de morir. Y por eso no quiere el luto.
Nosotros debemos encarar la muerte con serenidad, con grandeza, inclusive en lo que ella tiene de aflictivo y de tremendo.
Existe una miseria grandiosa de la muerte, por donde uno podría decir lo siguiente: el ser inteligente, capaz de morir, capaz de pasar por tan gran catástrofe, tiene una tal capacidad de grandeza, que ciertamente otra vida y otro destino lo esperan. Y en eso entonces, comprender bien toda nuestra grandeza.
Rezar por las almas del purgatorio por las cuales nadie incluye en sus oraciones
Esta es la lección que los muertos nos dan y que la muerte nos da. Es una lección de profundidad, una lección de fuerza de alma, una lección de coraje, una lección de grandeza, que es incomparable.
Antiguamente había reportajes que describían la muerte de alguna persona, y decían: “por fin, expiró y la majestad de la muerte revistió sus trazos”. Era una idea muy bonita.
Recemos por las almas del Purgatorio que más estén abandonadas y por las cuales nadie reza; almas que tal vez tengan mil años que cumplir todavía, en el fuego, etc. y que nadie reza por ellas. Recemos por ellas y pidamosles que nos obtengan la comprensión, el amor y el entusiasmo por todas las sombras con que la muerte enriquece la estética del Universo y los panoramas verdaderos de la vida humana.
Plinio Corrêa de Oliveira, conferencia del 2-11-1966.
Fuente: Site oficial de Heraldos del Evangelio
[Plinio Corrêa de Oliveira, líder católico brasileño (1908 – 1995) y maestro de Mons. Joao Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio]
Foto superior: detalle de sepulturas del Cementerio de la Consolación, Sao Paulo (Brasil).