Las manifestaciones colectivas no han sido suficientes. El ánimo entre los pobladores originarios de Canadá ya no sólo es de exigir justicia por todos los cadáveres de niños indígenas que han sido encontrados debajo de escuelas residenciales católicas.
Primero, más de 200 debajo de una institución abandonada. Luego 751 víctimas en un recinto similar. El caso más reciente suma 182 cuerpos sin nombre, encontrados en una especie de fosa común debajo de una escuela del mismo formato.
La quema de iglesias, por tanto, no parece excedida para las masacres perpetuadas en los alrededores de las residenciales para indígenas. Si bien es cierto que ninguna de ellas está en operación actualmente, apenas este año se están descubriendo los resultados genocidas y presuntamente pederastas de los administradores de aquellos recintos educacionales.
“Liberen a los niños“, “esta tierra le pertenece a los niños” y “devuelvan los niños a sus casas” son algunas de las premisas que se leyeron en los carteles que los manifestantes cargaban consigo. Como parte de las 17 etnias que persisten en Canadá, las naciones originarias se unieron para expresar su luto y dolor colectivo con respecto a los cadáveres de niños indígenas encontrados sin nombre.
Se reunieron en torno a la antigua escuela residencial de Kamloops, para dar la bienvenida a los miembros de la nación de Syilx Okanagan, quienes participan en su corrida ceremonial tras el descubrimiento de 215 niños muertos debajo de las instalaciones.
A diferencia de años pasados — en los que se abordó la salud mental y el rejuvenecimiento cultural—, la ceremonia de este año estuvo dedicada a los niños asesinados debajo de estas instituciones de inspiración católica.
Las manifestaciones ya no fueron pacíficas. La quema de iglesias católicas y la destrucción de estatuas de la reina —y gobernantes colonialistas pasados— fue parte de la agenda de los pobladores originarios reunidos con este motivo.
A pesar de los antecedentes de violencia étnica genocida, el gobierno británico condenó la intervención de las estatuas de Isabel II. En algunos casos, los manifestantes optaron por decapitarla también, para hacer el mensaje aún más enfático.
El reciente hallazgo de 182 tumbas anónimas más propulsó la quema de iglesias católicas en Canadá. Esta vez, debajo de la antigua residencia escolar de St. Eugene Mission School, en el oeste del país.
Este tercer descubrimiento no sólo constata la complicidad del Estado por encubrir estos homicidios en masa, sino que revela un estado de horror constante por la violencia sistemática hacia los pobladores originarios.
Desde el año pasado se ha utilizado tecnología de radares para penetrar la tierra y encontrar más fosas comunes en el territorio. Al respecto, Perry Bellegarde, jefe nacional de la Asamblea de Primeras Naciones en Canadá, se pronunció en contra de cualquier acción relacionada:
“Lo he dicho antes y lo diré de nuevo, este es el comienzo de estos descubrimientos. Pido a todos los canadienses que se unan a las primeras naciones para exigir justicia”, escribió en su Twitter personal.
Hasta hoy, se tiene registro de al menos 1,100 cadáveres encontrados sin nombre. La mayor parte de ellos corresponden a niños indígenas, quienes posiblemente estudiaron en los internados católicos. Hay evidencia de que niñas embarazadas fueron asesinadas de la misma manera.
Al ritmo de tambores lúgubres se ha acompañado a los manifestantes en luto. El abuso emocional, físico y sexual ha sido denunciado por parte de las naciones originarias, hartas de la violencia perpetuada en estas residencias escolares.
Cuando todavía estaban en uso, se les prohibió utilizar sus lenguas madre y llevar a cabo prácticas culturales por ser “vergonzosas”. De la misma manera, a partir de los cadáveres se sabe que fueron maltratados físicamente y golpeados con severidad. Los internados dejaron de operar apenas en la década de los 70. La quema de iglesias, en comparación, no parece desmedida.
De acuerdo con los manifestantes, es una manera de exigir sus derechos como víctimas de un genocidio. Más allá de eso, les parece una medida necesaria para dar a conocer los múltiples casos de asesinado perpetuados, permitidos y protegidos por la Iglesia y por el Estado Canadiense. La frustración, la ira, y el dolor se elevan: ya quedó claro que no será la última vez que se encuentren cadáveres de niños indígenas debajo de instituciones antaño administradas por el catolicismo en Canadá.
MuyInteresante