UN MÉTODO GENÉTICO PARA IDENTIFICARLOS A TODOS

Eran las 9:05 de la mañana del lunes 10 de septiembre de 1984 cuando el genetista británico Alec Jeffreys tuvo uno de esos raros momentos ‘eureka’ que se dan en la historia de la ciencia…
Jeffreys estaba observando placas de rayos-X realizadas sobre un experimento de ADN, con muestras que pertenecían a un técnico de laboratorio, su madre y su padre, así como no humanos. Al observar los patrones, se dio cuenta de que había similitudes y diferencias entre las distintas muestras genéticas.
La primera reacción al obtener los resultados fue pensar que lo que veían era demasiado complicado. El científico se las ingenió para inventar un método que le permitiera ver muchas de estas secuencias genéticas de forma simultánea. En pocos minutos Jeffreys se dio cuenta de que tenían una huella genética que hace de cada individuo un ejemplar único.
Aquel descubrimiento sería de capital importancia para resolver crímenes y violaciones, aclarar problemas de identificación de cadáveres, inmigración o paternidad.
Uno de los primeros casos internacionales en los que se aplicó el descubrimiento fue el de Josef Mengele –conocido como ‘El ángel de la muerte’–, un médico militar nazi que tenía sobre sus espaldas miles de asesinatos y cuyos supuestos restos fueron descubiertos en 1985 en un cementerio brasileño.
En 1988 se comparó el ADN del esqueleto hallado con el ADN de la esposa y el hijo de Mengele. Los resultados, con una certeza del 99,94 % fueron positivos para la identificación de aquellos restos como los pertenecientes al militar alemán.
Aunque la aceptación de la huella genética como método forense en casos criminales tardó algo más, pronto se generalizó como el método más preciso en criminología.
Scientinae Illustrata
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