No tan «biodegradable»

Richard Thomson fue el investigador que utilizó el término ‘microplástico’ por primera vez en 2004. Ahora, este gran conocedor del impacto ambiental masivo de los minúsculos fragmentos de plástico, que ya están por todas partes, ha dado un paso más junto a su colega Imogen Napper: comprobar que las bolsas de plástico biodegradable no solo no desaparecen en el entorno, como presumen los mensajes comerciales, sino que, o se descomponen en estos minúsculos residuos, volviéndose contaminación casi invisible, o mantienen su estructura prácticamente intacta.

El equipo de Thomson y Napper, que trabajan en la Universidad de Plymouth, una ciudad al suroeste de Reino Unido, han presentado esta semana un experimento inédito que ha durado tres años. El 10 de julio de 2015, los investigadores colocaron bolsas de plástico biodegradable, compostable y convencional que habían ido recogiendo en tiendas de su ciudad y las situaron: bajo tierra en la Universidad, dentro del agua en el puerto Queen Anne’s Battery y al aire libre en uno de los muros del campus. «Queríamos monitorizar su deterioro durante tres años, y lo que mostramos es que no se puede confiar en ninguno de estos materiales para deteriorarse completamente en estos tres entornos; no ha habido un resultado consistente respecto a su degradación, los cambios eran tan mínimos que aún se podían usar para llevar la compra a casa tres años después», explica Thomson desde Plymouth.

En los últimos años hemos visto extenderse alternativas al polietileno, el material del que están hechas las bolsas de plástico convencional, a base de plantas como el maíz o tubérculos como la patata, y certificadas bajo determinados estándares. El mensaje suele ser «100% biodegradable», es decir, que sus polímeros se van descomponiendo en partículas cada vez más pequeñas hasta que son totalmente absorbidos por la naturaleza. Por otro lado, los materiales compostables se refieren a aquellos que resultan de este mismo proceso pero que solo es alcanzable en un entorno diseñado para ello, es decir, provocando la aeración y el calor que genera la naturaleza para la descomposición.

El 23 de agosto de 2018 la prueba concluyó retirando las muestras de bolsas donde se habían colocado. «El experimento ha mostrado que el material biodegradable y convencional persiste y sigue sirviendo tres años después de haber estado bajo el suelo y en el entorno marino. La bolsa compostable fue el único material que desapareció por completo en el entorno marino al cabo de tres meses, pero se mantuvo intacto en tierra», escriben los investigadores en su estudio.

Pero Thomson y sus colegas, especializados en contaminación de basura plástica en los océanos, van un paso más allá: «¿Cuál es la ventaja de estos materiales?», se pregunta Thomson. «No se degradan rápidamente y, aunque se usen los canales tradicionales de reciclaje, estos polímeros son difíciles de reciclar porque, al tener componentes que se degradan, comprometen la naturaleza de los productos reciclables». De hecho, en su investigación, advierten: «Dado el creciente interés por productos que indican resultados ambientales mejores, deberíamos tener cuidado de que estos productos no estén animando sin darnos cuenta a abandonarlos en la naturaleza». ¿La enseñanza, para Thomson? «Una bolsa reutilizable cuando vayamos a comprar».

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