El presidente del Frente Amplio, Javier Miranda, dijo que si el futuro gobierno del presidente electo de Brasil, Jair Boslonaro, deriva en un régimen de “corte nazi-fascista” al cumplir algunos de los postulados que anunció, Uruguay debería romper las relaciones diplomáticas con su vecino, sin importar las consecuencias económicas.
En el caso de que, por ejemplo, se establezcan «campos de concentración», dijo Miranda este jueves en entrevista con el semanario Búsqueda, «¿habría que mantener relaciones comerciales y diplomáticas? ¿Había que mantener relaciones con la Alemania nazi?”, se preguntó.
“Lo que hace el gobierno es lo que tiene que hacer. Integra un espacio común y es cauto. Ahora, si mañana esto derivara en un régimen de corte nazi-fascista como fue el período posterior a 1933, yo creo que sí. Ahí hay límites. El interés comercial no puede permitir cualquier cosa”, agregó Miranda.
El presidente de la coalición de gobierno relativizó el argumento político que utilizan quienes defienden cualquier decisión popular por la vía del voto, en especial cuando esas decisiones determinan el ascenso al poder de gobernantes autoritarios.
“Yo dije que Hitler también llegó democráticamente. En el año 1932 hay cuatro elecciones y en enero de 1933 asume Hitler por vía democrática. El problema es el proceso. Lo que hay atrás de esto es una discusión de cómo la decisión de las mayorías también tiene límites”, dijo Miranda, y agregó que con la victoria de Bolsonaro se vulnera el sistema democrático en tanto se entiende la democracia como “la forma de procesar diferencias”, mientras que el ultraderechista brasileño llegó con un discurso radical que busca “eliminar al enemigo”.
Al referirse a esa clase de discursos agresivos, Miranda fue consultado sobre la posición neutral que ha mantenido el gobierno frenteamplista ante procesos políticos como los que viven la Nicaragua de Daniel Ortega y la Venezuela de Nicolás Maduro. Pero consideró que, si bien comparten el talante autoritario, lo anunciado con Bolsonaro es diferente a lo que ocurre en los países caribeños.
“Reconozco que puede haber discusión sobre cuáles son los límites. Sin duda. Yo no comparto las derivas antidemocráticas ni de Venezuela, ni de Nicaragua, ni de Guatemala, que nadie le da pelota. No estoy de acuerdo y las condeno. Dicho esto, tanto en Nicaragua como en Venezuela no son procesos donde dicen que hay que matarlos a todos”, dijo el presidente del Frente Amplio.
“Lo digo sinceramente, ojalá le erre, pero estamos realmente en un límite de cómo se canaliza el descontento que puede llevar a manifestaciones nazi-fascistas. ¿Qué capitalizó Hitler? El descontento”, añadió.
Sobre el final, Miranda opinó sobre el riesgo “de un bolsonarismo en Uruguay que siempre existe”, y con ese concepto apuntó especialmente contra el líder del partido de la Gente, Edgardo Novick, la precandidata del Partido Nacional, Verónica Alonso, y contra el presidente del Centro Militar, Carlos Silva, quien dijo semanas atrás que en Uruguay están dadas las condiciones para que las Fuerzas Armadas tomen el poder nuevamente.
Pero para Miranda hay matices. “No es lo mismo Novick y Alonso que Lacalle Pou o el propio Larrañaga, que está haciendo una deriva a la derecha bien particular. No han sido iguales. Con Lacalle Pou puedo tener grandes diferencias en términos ideológicos, pero juega dentro del canon democrático”.
Respecto a Novick, el presidente de la coalición de izquierdas fue más duro. “Novick es realmente inaceptable. Está intentando capitalizar descontento en el peor de los sentidos, que es la generación de un enemigo al que hay que destruir. Eso es la destrucción de la convivencia democrática. ¡Es una barbaridad! Novick es la lógica del quiebre del sistema de partidos. Y los partidos políticos tenemos que salir a cerrar filas”, anunció.
Y por último, Miranda dirigió críticas a Alonso, quien cobija bajo su ala a varios dirigentes evangelistas, como el diputado Álvaro Dastugue, quien en nombre de Dios ha propuesto, por ejemplo, retroceder en la agenda de derechos.
En ese sentido, Miranda opinó que no es saludable para ninguna democracia que la religión, cualquiera sea, se inmiscuya en la política.
“El problema de la religión en política es que es un código impuesto, donde lo practican quienes creen y se lo intentan imponer a los que piensan distinto. Eso es absolutismo moral. La religión lleva a eso, no respeta la diversidad”, concluyó.