Nichos de negocios: diversificando

Keith Hoogland tiene 57 años y es conocido en Estados Unidos como el ‘rey del videoclub’. Debe su éxito y su enorme fortuna a su cadena de videoclubes Family Video. Sí, han leído bien. ¿El negocio del videoclub no había muerto? Con la fórmula de Hoogland, no.

Muy al contrario, Forbes ha valorado esta cadena en 750 millones de dólares. El año pasado, Family Video cosechó 400 millones en beneficios.

Para Hoogland, la receta es sencilla: «Abre una tienda, paga la hipoteca con los beneficios del alquiler de películas, y mantén en tus manos la propiedad inmobiliaria». Alguna pieza falta en la ecuación. Después de todo, en 2013, la mayor compañía de videoclubes del mundo, Blockbuster, se declaró en bancarrota. El cine digital era una contundente realidad y el alquiler había sido sentenciado a muerte. O eso es lo que se dijo entonces. Este empresario de Illinois, sin embargo, no está de acuerdo con aquella lectura. «Tomaron demasiadas decisiones empresariales equivocadas, el negocio estaba mal gestionado», ha asegurado a la publicación especializada Forbes.

Él ha tratado de no repetir los errores que llevaron a Blockbuster a la quiebra, manteniendo con firmeza su estrategia de comprar los locales de sus tiendas y adquirir sin descuentos las películas, evitando toda negociación de beneficios compartidos con los estudios de producción.

Pero existe también un componente social muy bien engrasado en Family Video, que Hoogland supo ver y espolear con inteligencia. Mientras que en las grandes ciudades cambiaban los hábitos y el alquiler de cintas se sustituía por la inscripción a plataformas como Netflix, en las zonas rurales de Estados Unidos, en el cinturón del Medio Oeste, todavía sus habitantes aprecian el trato personal de la tienda. Es allí donde se ubica el 90% de los más de 750 locales que conforman el imperio del rey del videoclub.

Un lugar para pasar la tarde

En Family Video, los empleados se dirigen a los vecinos por su nombre, les ofrecen a buen precio el alquiler de películas, renegocian el tiempo del arrendamiento si es necesario y dejan que los niños alquilen cine infantil gratis. El wifi, además, es usado sin coste alguno por los clientes, y cada apertura de una tienda conlleva una inauguración en la que toda la comunidad disfruta de música, helados y una pequeña fiesta pagada por Hoogland.

Este empresario al que el videoclub ha convertido en millonario presume de que ha sido capaz de levantar algo más que un sencillo videoclub, algo que se comprueba fácilmente viendo el trasiego en sus locales los viernes y sábados por la noche. «A la gente le gusta la experiencia; es como ir a tomar un café», explica con orgullo.

Este ambiente al que se refiere Hoogland se nutre de un perfil de hombres y mujeres entre 35 y 45 años. ¿Y los jóvenes? El empresario está convencido de que irá creciendo la clientela de menor edad, aunque es consciente de las dificultades en un sector que en los últimos cinco años ha sido sometido a un huracán de cambios.

Desde esta consciencia -y con un ligero descenso de los beneficios en los últimos años- el dueño de Family Video ha aprovechado la propiedad de sus locales para separar espacios y realquilarlos a otras compañías, como restaurantes de comida rápida a los que les interesa compartir suelo con el concepto de sus videoclubes. Además, se ha lanzado a la apertura de nuevos negocios, como gimnasios, tiendas de electrónica o pizzerías por las que no tiene que pagar ni un céntimo en alquileres y que ayudan a engrosar sus beneficios.

Hoogland admite que el negocio del videoclub no durará para siempre, pero su calculada diversificación ha levantado un imperio de ocio y entretenimiento para el que no es fácil adivinar un fin.

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