Según datos proporcionados por la Intendencia de Montevideo, donde se encuentra el único crematorio público del país, en 2001 las solicitudes de cremación de cuerpo fueron 800. La cifra ascendió a 3.000 en 2014, último dato disponible. Pasaron así de ser un 8% a un 30% con respecto a las inhumaciones anuales. También ha aumentado la cantidad de personas que optan por cremar los restos de sus familiares al momento de la reducción, que pasaron de 3.900 a 5.000, en el mismo periodo.
Adrián Reyes tiene todo planeado. Cuando llegue la hora, su cuerpo será cremado y sus cenizas, como las de su abuelo, esparcidas en el Río de la Plata, desde la playa Pascual. Al igual que él, cada vez son más los uruguayos que optan por dejar de lado la sepultura para que sus restos sean reducidos a polvo. Lejos queda la idea tradicional de que el cuerpo resida en un cementerio.
«Siendo partidario de la cremación, solicito: que producido mi deceso sea incinerado mi cuerpo en el Crematorio Municipal», dice el formulario que llenaron en 2016 unas 1.300 personas de Montevideo dando instrucciones para su muerte. Hace 15 años, solo lo hacían 600 personas.
Quienes trabajan en los servicios fúnebres como Reyes, aseguran que esa es una tendencia creciente, y que en la última década el aumento ha sido notorio. El motivo, afirman, es la practicidad: no hay necesidad de la reducción posterior del cuerpo, de pisar un cementerio o de llevar flores. Tampoco hay riesgo de que los restos terminen en una fosa común.
Para Reyes, la cremación «es una solución». «Cuando empecé a trabajar en esto y pasaban los años y se perdían los restos… no quiero que a mí me pase eso», dijo a El Observador.
El director interino de Necrópolis de la intendencia de Montevideo, Marcelo González explica además que «hubo un cambio cultural, de percepción del tema de la muerte». Y el término de la vida pasó a ser «un mero trámite».
Pero, una vez que el cuerpo se expone a los 1.100º C, ¿a dónde van las cenizas? Algunos optan por conservarlas en urnas, mientras que otros, prefieren que permanezcan en el viento.
Un cartel con la inscripción «cenizario municipal» ubicado junto a un lago descuidado, señaliza en el Cementerio del Norte –donde se ubica el horno municipal– el único lugar de la ciudad destinado específicamente para esparcir los restos luego de la incineración. Una imagen caótica y decadente, de flores artificiales, osos de peluche y placas en los árboles o en el piso recuerda en ese lugar a niños y adultos depositados allí.
Las cenizas, explicó González, son de libre destino. «No hay ninguna restricción» acerca de dónde pueden depositarse, aunque los lugares más elegidos son las playas, lo que se llama cenizas en mar, las canchas o estadios de fútbol u otros lugares públicos.
Una parte de las cenizas de José Carbajal «El Sabalero», fueron dejadas en un balneario de la Costa de Oro. El resto, en la plaza «Chiquillada» de Juan Lacaze. La idea, se aseguró en su momento, era que cumplir con su deseo de que «la gente lo recuerde vivo».
En un país con tradición futbolera, muchos eligen como destino final las canchas de fútbol y, entre ellas, el Estadio Centenario es uno de los lugares más populares. Desde que se comenzó a tener registro, en 2015, fueron 12 las solicitudes que tuvo el Estadio para depositar restos. La única condición es que se esparzan en el campo de juego y no en las tribunas.
Los estadios de Peñarol y Nacional también son elegidos como lugar para esparcir las cenizas de los fanáticos del fútbol.
Cuando el estadio Campeón del Siglo estaba en construcción, el club Peñarol autorizó a que se depositaran allí los restos de uno de sus hinchas. Pero, una vez construido el estadio, si bien hubo solicitudes, no se ha autorizado, dijo una fuente del club. El Observador intentó comunicarse con el Club Nacional de Fútbol, aunque sin éxito.
En Paysandú, por ejemplo, muchos optan porque sus cenizas vayan al Río Uruguay, o porque sean esparcidas en la Meseta de Artigas, dijo a El Observador Nelson Vera, integrante del Sindicato Único de Empleados de Empresas Fúnebres y Previsoras de Uruguay (Sueepfu). En ese lugar fueron diseminados en 2004 los restos del militar y político uruguayo Líber Seregni.
Ese creciente método va, sin embargo, en contra de lo que predica la Iglesia Católica.
Consciente del aumento de las personas que optan la cremación, en octubre pasado la Iglesia hizo público un documento en el que afirma que si bien las cremaciones están permitidas, las cenizas de los fieles «deben mantenerse en un lugar sagrado», es decir, en el cementerio, en una iglesia o en un área especialmente dedicada a tal fin. Desaconseja entonces esparcirlas, dividirlas entre los familiares o conservarlas en casa.
Los lugares de peregrinación como las vírgenes o santos eran también elegidos por católicos para dejar sus cenizas. Eso sucedía por ejemplo en Minas, donde se encuentra la Virgen del Verdún. Así, según informa una nota de El País, la Iglesia piensa en instalar allí un cinerario colectivo, donde se permita depositar las urnas.
Las funerarias también buscan dar más opciones a sus afiliados y son varias las que cuentan con hornos propios y planes para la incineración.
La precupación de la Iglesia es también el olvido. «La memoria es un fenómeno afectivo», explicó el
Obispo de Salto, Pablo Galimberti en una columna en el Diario «Cambio» de ese departamento. «No es bueno, por tanto, que esas vivencias queden como borradas por el viento», agregó.
Las cenizas y los malentendidos
En octubre de 2016 la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Iglesia Católica publicó un documento en el que recuerda la postura en relación con la sepultura de los muertos y la conservación de las cenizas en caso de cremación.
Específicamente, el texto firmado por el papa Francisco establece que «para evitar cualquier malentendido panteísta, naturalista o nihilista, no será permitida la dispersión de las cenizas en el aire, en la tierra o en el agua o en cualquier otra forma, o la conversión de las cenizas en recuerdos conmemorativos, en piezas de joyería o en otros artículos».