Novick y Trump: Similitudes

 Casi al mismo tiempo que el Sr. Edgardo Novick, rodeado de un nutrido grupo de entusiastas seguidores, procedía a registrar -con todas las formalidades del caso, ante la Corte Electoral- el flamantemente denominado “Partido de la Gente” (convengamos que se podría haber hallado una denominación mejor), el mundo entero se conmovía con la llegada a la Casa Blanca del denostado candidato republicano Donald Trump.

Resulta inevitable encontrar un cierto paralelismo y comparar las aparentes similitudes que, salvando las distancias, pudieren encontrarse entre ambos candidatos, ambos empresarios exitosos, provenientes desde fuera de cada uno de sus respectivos “sistemas” políticos, que aquí y allá han pasado a cobrar una relevancia de primer nivel sobre la base de sendas mayorías democráticas que expresan el sentir del Soberano.

Es que la gente está realmente cansada de la interminable cháchara de quienes parecen ser “los iluminados de siempre”, muchos de ellos auténticos “vagonetas”, hijos de papá o de familias enteras que han vivido colgadas toda la vida del presupuesto nacional y que, sin mayor experiencia laboral y, en muchos casos, sin capital -sobre todo el que es fruto del esfuerzo propio- en riesgo, cual eternos maestros intitulados en todas las materias, se arrogan una suerte de “derecho divino” a enseñarnos de lo que sea y, sobre todo, de Política, cual si los habitantes de este país fuésemos todos ignorantes ovejas incapaces de haber alcanzado una formación igual o aún superior a la de ellos mismos y no tuviésemos formado -mal que bien- criterio propio acerca de lo que hay que hacer en definitiva con este peculiar y descaecido país, tan mal administrado por la clase política.

Frente a toda esta caterva de voraces inservibles, buena parte de la ciudadanía parece ver con simpatía y esperanza la llegada a la arena política de empresarios formados por sí mismos en la cultura del trabajo, llegados desde fuera del corrupto sistema, que puedan imprimir al mismo el giro que las cosas necesitan para que el Estado, que debiera representar el interés de todos, pueda ser administrado -de una vez- con un criterio empresarial que, sin olvidar sus fines esenciales ni el Bien Común, pueda desembocar en una correcta, eficiente y cristalina gestión en manos de funcionarios eficientes en lugar de meros clientes de un sistema profundamente demagógico y autosatisfactivo.

Pero, ¡cuidado!, tampoco el arte de gobernar es para improvisados sin una mayor formación ni un adecuado círculo de asesores (que debieran más destacarse más por su patriotismo, que por su interés en medrar con la cosa pública como hasta ahora), ni el arte de la política puede hacerse tampoco de espaldas a ciertas coordenadas mínimas que -en cada país- deben respetarse siempre, para poder explicar el presente y poder lanzarse hacia el futuro sobre la base del pasado común que nos formó como país.  Y, en tal sentido, creemos que los voceros del nuevo Partido de la Gente incurren en un grueso error cuando propalan la errónea y falsa idea que acá, en Uruguay, blancos y colorados somos todos lo mismo, cuando las banderas e inclinaciones tradicionales de cada uno de nuestros partidos fundacionales nos indican, desde el fondo de la Historia, otra cosa.  Así, tradicionalmente el Partido Nacional fue el partido del campo, el del Interior profundo cuyos intereses se oponían a los de la ciudad puerto, que miraba hacia afuera; el partido de la Nación, por oposición al partido Colorado que se nutrió (y nutrió al país) del aporte de una visión exterior o externa que lo hizo siempre más internacionalista; en esta misma línea, la defensa de la autodeterminación de los pueblos y de la no intervención (patentizada en la Triple Alianza y la caída de Paysandú, en 1865); el Partido Nacional es el de las viejas familias españolas, en tanto el Partido Colorado fue el que más abrió las puertas a los grandes contingentes de inmigrantes a quienes dio generosa cabida; el Partido Nacional tiende más al Federalismo artiguista que al unitarismo triunfante en 1830; el Partido Nacional ha sido siempre clericalista mientras que el colorado ha sido tradicionalmente librepensador y más bien anticlerical y agnóstico y, en el quehacer político, el Partido Nacional, gigante desorganizado y por largos años dividido (un verdadero león con cabeza de ratón, según  nos lo recordara una vez el Dr. Yamandú Tourné) es el de la carga de Arbolito (que sin embargo siempre estuvo dispuesto a los más grandes sacrificios por el país, como el pago del rescate de la salida democrática tras el Pacto del Club Naval), en tanto el Partido Colorado es el de la paciencia y habilidad negociadora con oficio de gobierno, tal como lo demostró José Batlle y Ordóñez frente a Saravia o más recientemente el presidente Batlle durante la crisis del 2002, por lo que tal vez Wilson dijo alguna vez que era el nombre que llevaba el Gobierno en el Uruguay, en tanto los blancos casi siempre construyeron desde una responsable aunque díscola oposición.  Pero, por encima de tantas palpables diferencias históricas tradicionales, que sin duda siempre las hubo y aún las hay (por lo cual resulta equivocado que algún conspicuo representante de este nuevo movimiento diga que en las reuniones entre simpatizantes, cuando se les pregunta a los mismos qué diferencias hay entre blancos y colorados la gente no atina a expresarlas), entendemos que no se puede especular así, tan groseramente, con la desinformación e ignorancia de la gente y antes bien debe buscarse cuáles son las coincidencias entre las grandes colectividades tradicionales del país, como para edificar sobre ellas los cimientos de este nuevo movimiento y responder al cuestionamiento del vocero del FA, Fernando Miranda, acerca de la necesidad de contrastar ideologías y, lo que es más importante, según opinamos nosotros, proyectos y planes serios de futuro de cara a un próximo Gobierno de la actual oposición.  En tal sentido, nos parece que la enorme coincidencia de base entre los partidos tradicionales es su apego a los valores republicanos y al Estado de Derecho, lo cual constituye una enorme virtud frente al permanente abuso de poder y atropello a la Legalidad que se padece desde la coalición de gobierno, fraccionada en dos grandes sectores de inspiración francamente opuesta y en innumerables cotos de influencia y de poder del cual hemos pasado a ser rehenes la enorme mayoría de los uruguayos.  El Frente Amplio en cambio, que desde hace rato viene atropellando y pisoteando la Legalidad a la vez de cultivar un repugnante clientelismo cada vez más insoportable para los sufridos (y confiscados) contribuyentes contiene en su matriz el germen de la destrucción nacional, de la mano de la filosofía de la lucha de clases que nos aparejó, en la segunda mitad del pasado siglo, la debacle institucional y cultural que hoy padecemos, sin darse cuenta que aquí jamás vivimos en la Rusia zarista de 1917.

Pero los viejos partidos fundacionales, agotados de planes, proyectos y propuestas claras y removedoras y sin un liderazgo auténticamente genuino, cada vez conforman menos a sus adeptos y, acaso atados por compromisos de esos que no se ven, se muestran imposibilitados de dar la batalla.

Es sobre la base del más estricto respeto a la Legalidad que debe re edificarse entonces el nuevo orden político, dejando de lado todo tipo de consideraciones de corte pseudo fraterno para hacer efectivas las condignas responsabilidades que se derivan del pésimo cumplimiento que los actuales gobernantes han dado a sus obligaciones, lo que ha determinado que, tras una década larga de bonanza, se haya dilapidado, despilfarrado en forma populista y demagógica el fruto del esfuerzo de todos, arrancado en base a la confiscación del fruto legítimo del trabajo y la propiedad de buena parte de los orientales.

Con el advenimiento de cada nuevo gobierno suele incurrirse con frecuencia (lo hemos visto más de una vez, en el plano departamental) en un inconveniente “perdonatutti” que, tras una fachada de pseudo fraternal abrazo reconciliatorio, siempre persigue “quedar bien” con los colegas de la administración anterior y no provocarlos, saludando con sombrero ajeno y pagando los platos rotos de cada fiesta a costa de los agravios y sacrificios de los sufridos contribuyentes, del que trabaja en serio, se sacrifica día a día responsablemente, quizás en lugar de consumir locamente, ahorra, cría a sus hijos para darles un futuro y tal vez mantenga en permanente lucha contra la impía voracidad fiscal un capital o empresa (que muchos de los mequetrefes que tenemos al frente de casi todas nuestras instituciones y empresas públicas nunca han tenido, o la han fundido).

Y en un plano menor, aunque no menos importante, como ciudadano de origen blanco y nacionalista, nos permitimos sugerir respetuosamente al Sr. Novick que si quiere constituirse en un candidato o aún líder representativo de la más responsable pero a la vez visceral oposición reconstructiva del país frente a las huestes de este gobierno sin principios afines a la República, la Democracia y un auténtico Estado de Derecho, que evite rodearse de candidatos ya “quemados” de otros partidos, especialmente el Colorado, que por su alta exposición y eternas ansias de figuración y poder puedan llegar a “corretear” a los ciudadanos de otras tiendas bien intencionados que podamos arrimarnos a colaborar en esta auténtica “patriada”, ante el riesgo de estar haciendo el “caldo gordo”, bajo otra novedosa fachada, a más de lo mismo.  Y, entre los cambios que cabría esperar es el surgimiento de un nuevo partido fuerte, en estado de sesión permanente, a diferencia de la interesada convocatoria que cada cinco años se acuerdan de hacer -siempre bajo falsas querencias y promesas- los políticos profesionales de todos los colores así como una necesaria reforma del Estado que aporte seriedad, eficiencia y responsabilidad al manejo del mismo, poniendo a la ciudadanía que ahorra, invierte, trabaja y aporta al abrigo de la insoportable confiscación y traslado del esfuerzo de algunos por parte de los inconscientes y dilapidadores clientelistas demagogos de siempre.  Pues todo aquello que antes se intentaba corregir “a sangre y fuego”, en las cuchillas, debe ser corregido ahora, necesariamente, cultivando el buen criterio y haciendo efectivas todas las responsabilidades que pudieren y debieren ser atribuidas a un montón de delincuentes inescrupulosos bajo el imperio de la más estricta Legalidad.

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