Cada uno de nosotros, ocupa un lugar en la sociedad. Ese lugar es muy importante, pues desde el sembraremos el bien o el mal, el culto al trabajo bien hecho o el cuanto, cuanto, por cumplir. De que hagamos las cosas de manera más o menos bien, mal o excelente dependerá de que se haya solucionado o no el problema de alguien.
Porque no estamos solos. De nuestro buen desempeño o no, dependerá la suerte de otros que son usuarios del servicio público o privado en el cual me desempeño. También esto ocurre a nivel de familia y de barrio.
Hay una parte de responsabilidad que nos pertenece y que no podemos eludir. Desde luego, que hay responsabilidades estructurales que a veces nos impiden brindar un mejor servicio desde la tarea que nos tocó. Pero en los que nos tocó, tenemos que apostar a ser los mejores.
¿Qué es la excelencia? Lograr una calidad máxima en lo que hacemos. Eso incluye el trato personal y humano, la capacidad o capacidades que tengo que poner en juego para cumplir con mi responsabilidad.
La excelencia no es una mala palabra. Lo digo porque a veces por un problema ideológico la asociamos a los productos y servicios que ofrecen las empresas. Y claro, las personas que se formaron en la vieja escuela de capitalismo contra socialismo (sin matices y sin grises) la ven como una palabra infame asociada al capitalismo.
Y ya no se puede ver al mundo en blanco y negro. Porque no funciona así. Cada época tiene sus retos y sus desafíos.