El tercero que no fue, se frustra asalto a otro cajero automático

Policía y Ejército confirman que los tres ataques a cajeros automáticos siguen el mismo modus operandi. El de este lunes falló.

Quince metros de manguera, 570 pesos; otros quince de un cable de dos milímetros, $ 480; una uña de 60 centímetros, 410 pesos; una garrafa de trece kilos, $ 2.937; una batería de auto (supongamos nueva y nacional), 3.100 pesos. A sumar. Con una inversión de 7.497 se puede armar el artefacto para hacer estallar y robar cajeros automáticos, que en la madrugada de este lunes quiso cobrarse su tercera “víctima”.

A diferencia de los dos casos anteriores, el lunes 30 en el supermercado de Chucarro y Pagola y el domingo 5 en el de Barrios Amorín y Cebollatí, el intento de este lunes, antes de las cuatro de la madrugada, en dos dispensadores de dinero contiguos en Agraciada y Asencio, no tuvo éxito. Se presume que alguien alertó de la presencia de los ladrones, por lo que suspendieron la operativa y escaparon, no sin atentes disparar contra los cajeros.

Justamente por eso, también a diferencia de los casos anteriores –en Pocitos y en Palermo-, en este ataque en el barrio Bella Vista, Policía, Bomberos y el Ejército pudieron encontrar elementos utilizados para periciarlos, como una garrafa de 13 kilos aún emanando gas, una uña, mangueras, cables y una batería. Los ladrones dejaron todo.

El jefe de Policía de Montevideo, Ricardo Pérez, le confirmó a ECOS que ya tienen por seguro que el modus operandi de estos robos –inédito en Uruguay, pero ya presente en países vecinos- es el mismo. “No podemos confirmar que se trate de los mismos autores”, aseguró. Sin embargo, este es un extremo por demás probable.

El coronel Hugo Rebollo, director general del Servicio de Material y Armamento del Ejército, que analizó los materiales explosivos, confirma esta posibilidad. “En los tres casos se utilizaron artefactos que están al alcance de cualquiera: supergás, una manguera de cocina y cualquier elemento que sirva para iniciar una explosión”

El procedimiento es simple: se “satura” una habitación –el habitáculo de un cajero automático- con supergás -combinación de gases butano y propano- por un pequeño lapso de tiempo –aproximadamente unos quince minutos, por lo que siempre se trabaja de madrugada, donde la frecuencia de clientes es casi inexistente- y se acciona a la distancia –a unos quince metros- con el cable y la batería.

“Eso hace que se destroce el lugar. La primera explosión de todas, la de Chucarro y Pagola, fue la más fuerte”, agregó Rebollo. “Es una operativa que puede causar heridos”. De hecho, un hombre recibió lastimaduras leves en el ataque a Pocitos; se trataba de un trabajador del supermercado en el que funcionaba el cajero, que estaba dentro de la tienda.

El segundo de esos robos, el del domingo de madrugada, le generó a los ladrones un botín estimado en tres millones de pesos. El cajero que fue robado primero, el lunes 30, había sido cargado con 2.400.000 pesos y 16.200 dólares; luego del robo se recuperaron $ 116 mil y US$ 200, sin que se determinara cuánto habían retirado los usuarios antes de la explosión.

Esta modalidad de robos ya se ha registrado en Brasil, Chile y Argentina. Rebollo destacó que esta es la primera vez que se registran casos en Uruguay.

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